miércoles, 8 de mayo de 2013
La conquista del CIELO
Los griegos debieron pasar mucho tiempo contemplando el cielo, pues nos han llegado multitud de historias de héroes que intentaron conquistarlo. Uno de ellos fue un muchacho llamado Belerofonte, quien, con la ayuda de la diosa Atenea, capturó un fantástico caballo volador llamado Pegaso. Con su corcel alado realizó grandes hazañas, e incluso se propuso volar hasta el Monte Olimpo, donde vivían los dioses.
Zeus decidió darle una buena lección: envió a un moscardón para que picara a Pegaso. El caballo se espantó y Belerofonte se precipitó al vacío. Sin embargo, Pegaso sí alcanzó el Olimpo, donde se quedó a vivir para siempre.
Otro joven que intentó volar fue Ícaro. Su padre, Dédalo, con el que estaba preso en la isla de Creta, construyó dos pares de alas para que tanto él como su hijo pudieran escapar. Dédalo aconsejó a su hijo que no se acercara demasiado al Sol, pero una vez sintió el aire bajo sus alas, Ícaro olvidó la advertencia. El sol derritió la cera que sujetaba las plumas de las alas, e Ícaro cayó al mar y murió.
Iris era la mensajera de los dioses, y atravesaba el cielo bajando por el arco iris para llevar mensajes del Olimpo a la tierra.
El caminante de los pies gigantes
Había una vez un señor muy alto, que tenía los pies tan grandes, que con un solo paso avanzaba como si hubiera dado tres.
El señor estaba orgulloso de sus pies, porque gracias a ellos podía hacer lo que más le gustaba: viajar.
Así, recorría con gusto los caminos. Su única propiedad era una bolsa donde guardaba un recuerdo de cada lugar que visitaba.
Un día se encontró a un pastor; luego de platicar un rato, éste le presumió:
–Fíjate que allá en mi tierra, viven unos peces que vuelan; y tú ¿de dónde eres?
El señor se quedó callado. No recordaba de dónde era, por eso respondió:
–No sé. Hace tanto tiempo que viajo, que ya lo olvidé.
–Si quieres te llevo con alguien que te puede ayudar –dijo el pastor.
Entonces fueron a ver a un gran sabio que vivía en una cueva.
Allí, el sabio dijo:
–Busca unas piedras que tienen huellas de pies como los tuyos; aunque escuches ruidos extraños, no temas, allá conocerás tu origen.
A partir de ese día, el señor caminó más rápido aún, pues deseaba encontrar las piedras. Fue al mar, a los cerros y al bosque, pero las piedras no aparecían.
Así lo hizo, pero su viaje era cada vez más largo. Ya le dolían los pies y miraba sin interés lo que había a su alrededor.
Una tarde oscureció temprano y el señor no pudo continuar su viaje. De pronto, oyó unas voces en el viento. Asustado, puso una mano sobre su oído y se durmió.
En su sueño, vio dos gigantes parecidos a él, aunque más altos y con pies enormes.
–Ha terminado tu búsqueda –le dijo uno de ellos.
El otro gigante continuó:
–Un día, a nuestro pueblo lo destruyó el egoísmo. Tú eres el último gigante, ahora que lo sabes, sigue tu viaje y haz el bien.
En eso, el señor despertó. Frente a él, estaban las piedras que tanto buscó. Eran muy grandes y tenían las huellas de sus antepasados.
Luego de un rato, recogió una piedrita y la guardó en la bolsa de su pantalón.
Era tiempo de seguir su camino, ya sabía dónde había nacido.
El pozo de los deseos
Una vez una ratita encontró un pozo de los deseos.
“Ahora podré conseguir todo lo que quiera” –exclamó.
Tiró una moneda al pozo y formuló un deseo.
“¡Ay!” –dijo el pozo.
Al día siguiente la ratita volvió al pozo.
Tiró una moneda al pozo y formuló un deseo.
“¡Ay!” –dijo el pozo.
Al día siguiente la ratita volvió otra vez.
Tiró una moneda al pozo.
“Me gustaría que este pozo no dijese ¡ay!” –dijo.
“¡Ay! –dijo el pozo– ¡Me lastima!”
“¿Qué haré?” –dijo la ratita llorando.
“¡Así, mis deseos nunca se harán realidad!”
La ratita corrió a casa. Cogió la almohada de su cama.
“Quizá esto sirva” –dijo la ratita, y volvió corriendo al pozo. La ratita tiró la almohada al pozo. Luego tiró una moneda al pozo y formuló un deseo.
“¡Ah!, ¡qué diferencia!” –dijo al pozo.
“¡Bien! –dijo la ratita– Ahora puedo empezar a pedir.”
Después de este día la ratita formuló muchos deseos junto al pozo. Y todos se le cumplieron.
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